jueves, 3 de marzo de 2011

El creyente tiene otra ciudadanía, una patria celestial que anhela
y que disfruta por medio de la fe.
Aún así estamos en este mundo y dentro de esta coraza llamada cuerpo mortal.

Es cuando tenemos puestos los ojos en Jesús (Cristo)
y cuando "no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas",
que nuestra mente y espíritu se renuevan día a día.

Errores y caidas los podremos tener cada día
pero el poder de la sangre de Cristo (su persona y obra-pacto)
nos restaura en la comunión con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos.
Esta es la fuerza del poder de Dios.

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