miércoles, 2 de marzo de 2011

Os voy a contar un cuento japonés que leí cuando tenía 17 años, no sé el autor.

Un principe japonés tenía que ir a Yedo (actual Tokio). Como no sabía de qué manera se tenía que tomar el té en aquel otro principado, se llevó consigo a un bonzo, que en aquellos tiempos eran maestros de la ceremonia del té.
El príncipe pensó que para que los demás no pensaran que no sabía tomar el té en Yedo, vistió al bonzo de samurai (como su guarda personal).
Un día estaba el bonzo (vestido de samurai) paseando por las calles de Yedo, y sorpresivamente un samurai (de verdad) lo desafió a un duelo (inexplicablemente, tal vez por la manera de caminar del bonzo o por lo que fuera).
El bonzo pensó: si digo que soy lo que soy me matará aquí mismo por suplantar una función que no me pertenece.  Por lo que decidió fijar una ho.ra para el duelo, para la mañana siguiente.
El bonzo fué a un maestro de esgrima para que le enseñara al menos la postura inicial, que inclinan sus rostros, levantan la espada (Katana) y separan un poco los pies, uno delante de otro.
Se encontraron en el lugar y ho.ra convenidos.
Los dos se pusieron con la posición inicial de ataque.
El bonzo estaba esperando el golpe mortal, ni sabía luchar ni quería matar al samurai.
Espero unos segundos eternos.......y al ver que el samurai no le atacaba....levantó la mirada y vió que el samurai seguía con el rostro inclinado pero también su espada inclinada......
LA POSTURA DEL BONZO HABIA SIDO TAN PERFECTA QUE EL SAMURAI SE SENTIRIA DICHOSO DE SER SU DISCIPULO EN ESGRIMA.

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